viernes, 21 de septiembre de 2012

Las multinacionales mandan. Los ciudadanos dejan hacer

Fernando G. Jaén
Rebelión

En la vaporosa calima de la irresponsabilidad de cada ciudadano reside la imposición del modo de producción y apropiación que más conviene a las multinacionales, a sus tecnoestructuras y a sus lacayos políticos y sindicales. El becerro de oro volvió, se paseo por las calles, encandiló a los humildes, a los asalariados, a aquellos que se sentían confortados en su ilusa situación intermedia. Ahora todos se lamentan desorientados. Unos reciben cuchilladas, otros golpes bajos de los que esperan recuperarse; muchos todavía confían en que no les alcance ni lo uno ni lo otro y se agazapan complacientes con los poderosos. Poco a poco son engullidos sin querer saber que de su conformismo inicial y de su amilanamiento posterior sólo se sigue la miseria para muchos, la pobreza para otros, la esclavitud para todos. 
 
La globalización, nueva fase de concentración del capital, precisa de la renuncia de los Estados −otrora edificados cómo máscara garante de la protección de los desvalidos− a nuevas porciones de soberanía formal. Las gentes, encantadas por la milonga cosmopolita y viajera y por la felicidad que produce la propiedad −aun hipotecada−, se creyeron sentados a la mesa de los señores del mundo, o partícipes, o aspirantes, que los medios de comunicación para las masas ya se encargaron de propagar la buena nueva.
 
La Unión Europea, interesado fruto de la banca y de las mayores empresas, con su recubrimiento pacifista (“evitemos otra guerra mundial”), bajo el manto de los grandes proyectos de la historia de la Humanidad (unificar Europa, como si todos los pueblos de Europa fueran comunes en otra cosa que el distingo entre enriquecidos y empobrecidos), en nombre de una democracia que oculta las verdades (menudea la contribución del periodismo amenazado en su pupitre), que perpetúa el servicio de de las administraciones y de la justicia a favor de los poderosos....
 

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