lunes, 25 de marzo de 2013

“Más Europa” sí, pero ¿a qué precio?

Augusto Klappenbach
Público.es 

Cuando terminó la segunda guerra mundial, que provocó un enfrentamiento entre los países de Europa con un coste de vidas y bienes que destrozó el viejo continente, algunos dirigentes europeos —como Adenauer, Churchill, De Gasperi—, pensaron que era el momento de buscar nuevas bases de entendimiento entre las naciones europeas. Y para ello prefirieron comenzar por el comercio: en los años cincuenta se funda la Comunidad Europea del Carbón y del Acero entre unos pocos países, que fue el embrión de los acuerdos más ambiciosos que habrían de seguirle, como el Tratado de Roma que consagra la Comunidad Económica Europea o Mercado Común, antecedente inmediato de la actual Unión Europea, veintisiete naciones que comparten una amplia legislación común y muchas de ellas la misma moneda.

Cuando los tratados comerciales iniciales maduraron hacia la actual unión política, muchos pensamos —ingenuamente— que esto inauguraba un modelo único en el mundo por su amplitud y contenidos, que podía dar lugar a una Europa confederal que terminara una vez con rivalidades etnocéntricas y guerras fratricidas y generara una mayor igualdad social entre los países. Nos equivocamos, como siempre: el carácter comercial del los orígenes de la Unión ha vuelto a imponerse sobre las decisiones políticas. O mejor dicho: las decisiones políticas han adoptado como modelo los intereses comerciales, subordinando a ellos los objetivos políticos de la Unión.

Pero con una diferencia con el pasado: si en los comienzos los tratados comerciales se referían a la economía real, ocupándose de bienes tan concretos como el carbón y el acero, en la actualidad el protagonismo ha pasado a abstractas transacciones financieras gestionadas por especuladores cuyo anonimato los convierte en invulnerables frente a cualquier legislación y cuyo poder llega a poner y quitar gobiernos y modificar constituciones, como ha sucedido en nuestro país.....
 

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