Jordi Borja
Sin Permiso
“Los verdaderos amantes de la ley
y el orden son los que cumplen las leyes cuando el gobierno las quebranta” .—
Henry David Thoreau, La esclavitud en Massachussets (1854) [1]
Quizás deberíamos sustituir
“leyes” por “espíritu de las leyes” tal como las entendía Montesquieu. El mismo
Thoreau escribió en el texto citado: “las leyes no harán libres a los hombres,
son los hombres que harán a las leyes libres”. La modernidad inaugurada por la
revolución francesa estableció en nuestra cultura política los principios de
libertad, igualdad y fraternidad. Su declaración de derechos proclamaba “los
hombres nacen y se desarrollan libres e iguales”. Fue algo más que instaurar el
garantismo propio del Estado de Derecho y el concepto abstracto de libertad
propio del liberalismo conservador. La ciudadanía, status propio de la democracia,
exige políticas públicas que transformen las condiciones sociales y los marcos
legales que limitan los derechos de unos y facilitan los privilegios de otros.
Si las instituciones no lo hacen la desobediencia civil es un derecho
ciudadano. No siempre lo legal es legítimo, ni lo real es verdadero (Ernst
Bloch).
Recientemente he escuchado un
debate entre una magistrada del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco,
Gabiñe Biurrun, un prestigioso periodista de trayectoria democrática, Iñaki
Gabilondo, y un político, Eduardo Serra, que fue ministro de Defensa con el
PSOE y con el PP [2]. El político, Serra es un personaje de por sí francamente
antipático que se empeñó además en parecerlo.
Se aferraba a la literalidad del
marco legal para frenar cualquier modificación del status quo y reforzaba su
discurso con múltiples y poco explícitas amenazas. Su discurso fue una
provocación permanente para todos aquellos que son excluidos, a los que se
niega derechos básicos, sea la vivienda, el trabajo o una renta básica, o sea
el derecho a decidir sobre su futuro, como Catalunya o poder elegir entre
Monarquía o República. Es decir, la mayoría. El periodista, Gabilondo,
proclamaba los principios democráticos y en consecuencia se hacía portavoz de
los que reclaman cambios profundos en un país en crisis. Hizo de político en el
mejor sentido de la palabra, muy lejos de lenguaje de la “casta política
institucional”. La magistrada fue el personaje más espontáneo, claro y a mi
parecer el más próximo a la ciudadanía. .....
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