Si Alí Babá viviera en nuestros días no necesitaría esconder el producto de sus latrocinios en una apartada cueva de la montaña. Le bastaría con acudir a uno de los numerosos paraísos fiscales del planeta, sin necesidad de decir siquiera ¡ Ábrete Sésamo!, y aunque se presentara con una pata de palo, un parche en el ojo, un loro sobre uno de sus hombros y un cofre lleno de monedas de oro sobre el otro, sería recibido por solícitos y atildados banqueros con los brazos abiertos y con todos los honores debidos a tan respetable caballero. Porque así es como funcionan los paraísos fiscales, esos países y territorios de escasa o baja tributación fiscal, cuyas entidades bancarias acogen gustosamente y sin preguntas engorrosas el dinero de la evasión fiscal, del tráfico de drogas, de la trata de blancas, del tráfico de armas, de la corrupción política, etc, ofreciendo con las palabras ¡ Secreto Bancario !, una protección mucho más efectiva y segura al dinero sucio que con la anticuada y vulnerable fórmula del ¡ Ábrete Sésamo!....
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