lunes, 8 de agosto de 2011

Caída (ya no tan libre)

Ilán Semo
La Jornada


El nuevo desplome de las bolsas de valores del mundo reitera la más antigua lección de la economía neoclásica: los mercados son inteligentes, tal como se repite en cualquier reunión de inversionistas y accionistas. Los mercados saben, por encima de cualquier juicio o valoración de sus observadores, cuándo las condiciones les son favorables y cuándo no. Es un saber peculiar, porque inhibe las posibilidades de que cualquier otro saber actúe de manera determinante sobre sus condiciones. Un saber, digamos, inalcanzable, insondable. Sabemos que saben, pero no cómo saben. La razón es simple y la explicó Niklas Luhmann alguna vez: no hay ningún observador en el mercado que puede ocupar un lugar en el que el conjunto de las condiciones que hacen posible su existencia sea observable. Es la inteligencia de un mecanismo, de una suerte de automatismo social, que se impone a cualquier augurio, ya sea pesimista u optimista.

Lo obvio es que el acuerdo adoptado el martes pasado en Washington por el presidente Barack Obama y una mayoría republicana para salir al paso del déficit público de Estados Unidos encerraba algo más que una burbuja política. Y al parecer lo único que logró fue confirmar el pesimismo que muchos le vaticinaban: volver a las fórmulas ya hoy convencionales de la desregulación no hace más que multiplicar las condiciones que en la actualidad inhiben a la economía estadunidense.

¿En qué consistió, en rigor, el pacto que firmaron una exótica mayoría de republicanos y demócratas (impugnados por otra exótica minoría de demócratas y republicanos) para hacer frente a la deuda del erario público? El acuerdo dejó intocadas las posibilidades de recaudar impuestos entre quienes concentran la mayor parte de los ingresos y las inversiones......

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