León Bendesky
La Jornada
Es propio del
capitalismo actual que mientras avanza la igualdad en los patrones de
consumo en el mundo: tipo de productos, mismas tiendas, gustos, formas
de comunicación y aspiraciones, avanza la desigualdad al interior de las
sociedades. La discusión sobre la desigualdad es hoy tema común en la
política, la academia y los análisis en los medios. Ignorarla parece
asunto de amnesia fingida o, simplemente, cosa vulgar.
La cuestión es independiente del hecho de que para mucha gente en
todo el globo la situación del consumo y su efecto cotidiano ha mejorado
notablemente con respecto a hace apenas poco más de cien años, por
ejemplo. Pero la desigualdad no se suprime, aunque puede abatirse
durante ciertos periodos, como ocurrió tras la Gran Depresión de 1929 y
luego con la destrucción material de la Segunda Guerra Mundial. Es
cíclica y para muchos la pobreza, aun en grado extremo, sigue siendo la
norma.
Hoy, el fenómeno ha retornado con fuerza, sobre todo la crisis
financiera de 2008, la fuerte recesión productiva, la pérdida de empleos
y las medidas de austeridad en los países más ricos.
Los ángulos de esta cuestión y la manera en que se enfrenta en el
discurso, las teorías y las políticas públicas son muy diversos. En el
siglo XVIII cuando Adam Smith postulaba las virtudes del mercado para
generar riqueza en medio de la incipiente revolución industrial no
dejaba de apreciar los diversos mecanismos que podrían prevenir la
distribución de los rendimientos del crecimiento. Para David Ricardo la
distribución era un aspecto clave de las posibilidades de la acumulación
y contrarrestar el estancamiento, y Marx llevó las contradicciones
inherentes de estos procesos a sus consecuencias últimas: la misma
destrucción del sistema.....
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