Alejandro Nadal
La Jornada
Las crisis del
capitalismo son como el cambio de piel de una serpiente. Cuando el
animal ha crecido, la vieja piel que estorba debe ser abandonada. En los
ofidios, la capa córnea de la epidermis es abandonada como un manto
viejo que conserva la forma de su último ocupante. Pero la operación es
regulada por cambios hormonales endógenos. La vieja camisa queda atrás
como vestigio de una etapa de crecimiento mientras, emerge un animal
revestido de una nueva y más eficaz envoltura.
El capital tiene una gran capacidad de adaptación que le permite
abandonar las obsoletas estructuras epidérmicas cuando ya no le son
funcionales. Por ejemplo, durante los años dorados de expansión
capitalista (1945-1975) el capital no tuvo problema en adaptarse a una
situación de bonanza para la clase asalariada. El aumento de salarios
que acompañó al incremento de productividad sustentó el dinamismo de la
demanda agregada. La inversión tuvo incentivos robustos porque la
demanda se anunciaba estable y fiel. Pero al mismo tiempo el metabolismo
profundo del capital llevó la tasa de ganancia al estancamiento y
después al decrecimiento.
En la década de los años setenta se presentan todas las condiciones
que exigen una muda de piel. El estancamiento en esos años se acompañó
de un proceso inflacionario que el capital identificó como la peor
amenaza. La coyuntura fue aprovechada para transformar el régimen de
acumulación de la posguerra porque el capital ya lo percibía como
obsoleto e incluso peligroso. El objetivo aparente fue terminar con la
inflación, pero la intención era más profunda.....
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