Los líderes del mundo iban a refundar el capitalismo en Londres pero todavía no sabemos si el resultado del parto ha sido niño o niña aunque los padres de la criatura parecen satisfechos. Hasta ahora no había importado que un 10% poseyera el 85% de la riqueza mundial y hasta se consideraba natural que 100.000 personas murieran al día de hambre, pero han bastado la quiebra de unos bancos y que un tal Madoff estafara a un puñado de millonarios para certificar que la avaricia rompe el saco y que el sistema no tenía rostro humano pero sí mucha cara dura.
El nuevo orden que se pretende es, en realidad, una vuelta al viejo capitalismo, más regulado, cuando la plusvalía se obtenía en la producción porque no se habían inventado los hedge funds y los únicos paraísos que se conocían eran los tropicales. Lo imposible será acabar con la codicia porque, como explicaba Miguel Ángel Aguilar en Cinco Días, “forma parte de las propensiones de nuestro estado de naturaleza caída(…) Sólo cabe hacerla más difícil y penalizarla de manera más contundente. Disuadir por el escarmiento”....
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