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Los mitos urbanos sobre el Parlamento Europeo son tan numerosos o más
que sobre la vida de otras instituciones representativas. Su lejanía y
las dudas sobre su utilidad le han mantenido alejado del foco de las
críticas más acervas contra la profesionalización de la política, pero
tampoco ha escapado de las mismas. Y una buena parte de esas críticas
son más que razonables y justas.
De hecho, hasta ahora, la mayoría de los grandes partidos han
utilizado el Parlamento Europeo como lugar en el que “retirar” a sus
activos políticos gastados o jubilables, ofreciéndoles un lugar cómodo y
tranquilo, bien remunerado y alejado de los molestos focos de la
opinión pública y, a veces, hasta del trabajo mismo.
Y sin embargo el Parlamento Europeo es un instrumento esencial en una
estrategia de cambio político en Europa. Con todas sus limitaciones, el
Parlamento es la única institución que goza de la legitimidad popular
y, por ello, puede convertirse en una poderosa caja de resonancia de la
movilización y resistencia social contras las políticas austericidas y
contra la gestión oligárquica de la crisis.
Y eso es así, sobre todo, porque lo nuevo de esta crisis es que ha
colocado en el centro del conflicto la legitimidad del proceso de
integración europea. Es decir, su utilidad, su estructura decisional,
sus perspectivas. La crisis ha traído de la mano una politización
inesperada —por su velocidad— del proceso de integración. Y ha hecho
real el debate sobre alternativas a la situación actual......
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