sábado, 12 de octubre de 2013

Grandes borrascas de palabras

Antonio Muñoz Molina
El País

Que el Gobierno español participe destacadamente en un congreso de la lengua española, y un congreso además que se dice dedicado en particular al libro, parece sobre todo un gesto de humor negro. Estos congresos, a juzgar por la muy limitada experiencia que tengo de alguno de ellos, son sobre todo ocasiones para que las oligarquías políticas de los países de habla hispana se entreguen a celebraciones de la belleza y la pujanza del español que alcanzan espesores selváticos de palabrería. No hay discurso en el que no se den cifras triunfales sobre el número de hablantes de nuestra lengua, en particular sobre su avance demográfico en los Estados Unidos. Y ni siquiera faltan los oradores que aluden piadosamente a los millones de fieles que rezan en español. Estuve en el congreso de Cartagena de Indias, en 2007, y los discursos se sucedían sobre nuestras cabezas tan implacablemente como borrascas atlánticas, cada uno más entusiasta y florido que el anterior, con esa tendencia a la proliferación verbal y a las oraciones subordinadas que parece ya congénita en un idioma maleado durante siglos por predicadores religiosos, leguleyos fulleros y demagogos civiles o castrenses.

Que yo sepa, no hay congresos de la lengua inglesa, por ejemplo, y jamás he escuchado a ningún político americano o británico glosar su variedad y riqueza ni felicitarse por el número de sus hablantes. En Francia sí que hay más propensión a celebrar la lengua francesa, y hasta a adoptar medidas políticas de eficacia dudosa para limitar el contagio del inglés. Pero es que en Francia, a diferencia de en España o de cualquier país de habla española, hay una conciencia muy clara del valor real de la lengua como fuente de prosperidad y como indicio de civilización.

Ahora parece mentira, pero hubo un tiempo, no hace mucho, en que estuvo de moda en nuestro país mirar a Francia un poco por encima del hombro, como un país que se había quedado antiguo, rancio, estancado. Mientras tanto nosotros nos modernizábamos aceleradamente, bien con la murga de la “movida”, que sigue mereciendo ponencias en los congresos universitarios más lánguidos del Medio Oeste, o bien con aquel dinamismo que en 2003, cuando la invasión de Irak, nos puso del lado de aquellas dos lumbreras, George W. Bush y Tony Blair, muy por delante de lo que Donald Rumsfeld, Dick Chaney, Wolfowitz y otros héroes del belicismo civilizatorio y la desregulación financiera llamaban tan desdeñosamente “la vieja Europa”......

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