Eduardo Garzón
Saque de Esquina
La corrupción política no es un fenómeno exclusivamente español, a
pesar de lo que nos pueda parecer observando los recientes escándalos
relacionados con la trama de financiación ilegal del Partido Popular. En
todos los países del mundo la corrupción política y empresarial es una
lacra que beneficia a ciertos sectores de la población a costa de
perjudicar a otros. No obstante, lo que sí parece ser cierto es que en
nuestro país la corrupción ni está tan mal vista ni está tan castigada
como en otros países del centro y norte de Europa. Y en esto tiene mucho
que ver la tradición democrática que existe en cada país, pues en
aquellas regiones donde más tiempo llevan rigiéndose por instituciones
democráticas, mejores son los mecanismos de detección y penalización de
prácticas corruptas; y al revés. Es por ello que no sorprende ver
cómo países que han sufrido dictaduras recientes como España, Portugal o
Grecia presenten unos índices de corrupción (según la organización
Transparencia Internacional) más elevados que otros países con mayor
tradición democrática como lo pueden ser Francia, Reino Unido o los
Países Bajos. No es muy difícil de imaginar: si durante los regímenes
dictatoriales las oligarquías dominantes podían hacer cualquier cosa que
se les antojase sin apenas controles ni limitaciones, no nos debería
sorprender mucho que a pesar de las transiciones democráticas dichas
élites hayan seguido considerando “normales” ciertas prácticas
corruptas.
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