Albert Recio Andreu
Mientras Tanto
Mucho se ha hablado del papel de las empresas de calificación de 
riesgos en las crisis financieras. Pero no son los únicos agentes 
activos que ayudan a crear la sinrazón económica que nos atenaza. Uno de
 estos actores fundamentales lo constituyen las grandes empresas de 
auditoría-consultoría. Otro de estos inventos liberales pensados en 
teoría para autoregular los mercados, pero cuyo papel en la práctica es 
mucho más discutible.
Las empresas de auditoría son en teoría un agente externo que trata 
de validar la contabilidad de las grandes empresas, defendiendo los 
intereses de los accionistas y la sociedad de las presuntas malas 
prácticas de los gerentes y altos ejecutivos. En la práctica, su labor 
es bastante rutinaria y su capacidad de detectar problemas serios está 
limitada a detectar fallos garrafales y errores de bulto. El problema es
 que muchas de las valoraciones de las empresas son contingentes, 
requieren una enorme cantidad de información, de control in situ, algo 
que suele estar fuera de la actividad corriente de los auditores. Es un 
clásico problema de asimetría de la información: quien controla el día a
 día de una empresa siempre tiene más conocimiento de lo real que quien 
acude periódicamente a evaluar la contabilidad. Los problemas van sin 
embargo más allá. Quien asigna el auditor a la empresa no es alguien 
externo a la misma, sino la propia empresa. Si el contrato es suculento,
 el auditor querrá conservar el cliente y no es difícil que antes de 
hacer un informe muy negativo trate de negociar un apaño que permita la 
continuidad de la relación. Y, lo que es aún peor, las grandes firmas de
 auditoría se han convertido en auténticas máquinas de servicios de 
apoyo a las empresas en forma de asesorías de todo tipo, incluida la 
legal y fiscal. Así, no es ser muy malpensado esperar que lo que se 
asesora para eludir impuestos o aumentar beneficios no va a ser puesto 
en cuestión en la auditoría....
 

 
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