Victor M. Toledo
La Jornada
Hoy, a las múltiples
crisis del mundo industrial se agrega otra. Se trata del acta de
defunción, empíricamente sustentada, de uno de los pilares de la
civilización occidental, pieza clave para la toma de decisiones
colectivas en sociedades complejas y baluarte del mundo moderno: la
democracia. Hoy, sólo los ilusos o los cínicos pueden seguir creyendo
que la institución surgida en la Grecia antigua cumple con los mínimos
requisitos de calidad y eficacia que requieren para subsistir las
complejas sociedades contemporáneas. En la era del capital corporativo,
de los máximos monopolios registrados en la historia, y del uno por
ciento dominando al resto, la democracia no sólo ya no funciona como
instrumento de toma de decisiones, sino que se ha convertido en el medio
que justifica y legitima el contubernio entre los poderes económicos y
políticos del mundo. Ello permite y facilita la explotación impía de los
ciudadanos del planeta. Los ejemplos recientes de Rusia, Grecia,
España, Islandia y México han terminado de revelar el verdadero rostro
de una institución que se ha vuelto ineficaz e ilegítima y que es
necesario transformar con urgencia.
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