Rebelión
En la vaporosa calima de la irresponsabilidad de cada
ciudadano reside la imposición del modo de producción y apropiación
que más conviene a las multinacionales, a sus tecnoestructuras y a
sus lacayos políticos y sindicales. El becerro de oro volvió, se paseo
por las calles, encandiló a los humildes, a los asalariados, a aquellos
que se sentían confortados en su ilusa situación intermedia. Ahora
todos se lamentan desorientados. Unos reciben cuchilladas, otros golpes
bajos de los que esperan recuperarse; muchos todavía confían en que
no les alcance ni lo uno ni lo otro y se agazapan complacientes con
los poderosos. Poco a poco son engullidos sin querer saber que de su
conformismo inicial y de su amilanamiento posterior sólo se sigue la
miseria para muchos, la pobreza para otros, la esclavitud para todos.
La globalización, nueva fase de concentración del
capital, precisa de la renuncia de los Estados −otrora edificados
cómo máscara garante de la protección de los desvalidos− a nuevas
porciones de soberanía formal. Las gentes, encantadas por la milonga
cosmopolita y viajera y por la felicidad que produce la propiedad −aun
hipotecada−, se creyeron sentados a la mesa de los señores del mundo,
o partícipes, o aspirantes, que los medios de comunicación para las
masas ya se encargaron de propagar la buena nueva.
La Unión Europea, interesado fruto de la banca y
de las mayores empresas, con su recubrimiento pacifista (“evitemos
otra guerra mundial”), bajo el manto de los grandes proyectos de la
historia de la Humanidad (unificar Europa, como si todos los pueblos
de Europa fueran comunes en otra cosa que el distingo entre enriquecidos
y empobrecidos), en nombre de una democracia que oculta las verdades
(menudea la contribución del periodismo amenazado en su pupitre), que
perpetúa el servicio de de las administraciones y de la justicia a
favor de los poderosos....
No hay comentarios:
Publicar un comentario