Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Las 10 de la noche es
la hora habitual de cierre de los supermercados. Mientras las cajeras
hacen cuentas, otros empleados pasan revista a los productos que deben
ser retirados. Alimentos a punto de caducar y aquellos que, por su
deterioro, pierden valor de cambio. Dichas piezas no son destruidas: se
entregan a instituciones de beneficencia, bancos de alimentos, albergues
o comedores populares. Conceptualizadas como
donaciones, constituyen una fuente de abastecimiento de ONG. En España esta actividad nunca desapareció, aunque en los años 60 del siglo pasado fue perdiendo peso. Se constituyó en un aspecto residual que afectaba, mayoritariamente, a quienes, voluntariamente, decidían vivir como vagabundos. Visibles para los servicios sociales y entidades caritativas, no representaban un problema social ni político. La imagen tradicional del vagabundo se completaba con alcohólicos, perturbados mentales y una minoría de excluidos. Personas mayores, solitarias, que pernoctaban en albergues municipales. Sin embargo, era infrecuente verlos en las calles o pidiendo limosna. Se ubicaban en las iglesias y en horario de misa. Por caridad cristiana.
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