Víctor M. Toledo
La Jornada
Si estamos inmersos en una crisis de civilización,
tesis formulada hace dos décadas hoy casi unánimemente aceptada, las
vías para superarla no pueden venir sino de posiciones críticas
inéditas, construidas desde nuevas epistemologías, y que conllevan una
praxis política totalmente diferente a la asumida por los movimientos de
vanguardia, incluyendo los más avanzados. Hasta donde alcanzo a mirar,
la única corriente que logra realizar una crítica completa a la
civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo
que podemos denominar una ecología política. Esta parte de un principio formulado en la década de los setentas por G. Skirbekk (
Ecologie et marxisme, L’Espirit, 1974): la transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las
fuerzas productivas y las relaciones de producción, sino entre esas y las
fuerzas de la naturaleza.
Cuarenta años después, la humanidad se enfrenta a una crisis
múltidimensional de entre las cuales la crisis ecológica, representada
por el calentamiento global y su conjunto de secuelas climáticas, es sin
duda la más amenazante y peligrosa y, por tanto, la que requeriría de
la mayor atención. Esta amenaza, que pone en entredicho todo el
andamiaje de la civilización industrial, requiere repensar los
principales postulados y valores del mundo actual, pero centralmente
cuatro, para:
1) saber coexistir con la naturaleza y sus procesos en
todas las escalas;
2) vivir sin petróleo y los otros combustibles
fósiles (que son la causa principal del desbalance climático);
3)
construir el poder social como contrapeso al poder político y al poder
económico (lo cual supone entre otras cosas decir adiós a los partidos
políticos, a los bancos y a las gigantescas corporaciones) y, en íntima
aleación con lo anterior, ....
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