Sami Nair
El País
El espionaje mundial que EE UU perpetra estos últimos años no debe 
tomarse a la ligera: es una estrategia de una gravedad excepcional, 
puesto que considera no solo a los adversarios del Estado americano, 
sino también a sus aliados, como enemigos. El hecho de que este 
espionaje se extienda —más allá de la tradicional colecta de información
 sobre datos estratégicos, armamentos, responsables de las principales 
fuentes del poder y los recursos tecnológicos y económicos— a los 
ciudadanos, a la vida privada de los jefes de Estado, revela una visión 
del mundo bien demencial, bien totalitaria.
Demencial si tomamos en serio el discurso del poder estadounidense, 
que se habría vuelto paranoico como consecuencia de los atentados del 11
 de septiembre y que habría dado carta blanca a los servicios de 
seguridad para vigilar no solo sus ciudadanos, sino también a todo el 
planeta. Es decir, la Patriot Act de Bush extendido al mundo entero.
 

 
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