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La falta de limpieza en la vida pública comienza a desprender un 
hedor incómodo. Tenemos centenares de cargos políticos imputados. Han 
empezado a dictarse sentencias condenatorias, algunas de ellas seguidas 
de indultos sin explicación alguna. Y la ciudadanía contempla con 
estupor cómo cada escándalo de corrupción acaba superando al anterior. 
¿Se podría sanear tanta podredumbre? Tenemos como ejemplo mitológico el 
de uno de los trabajos de Hércules: la limpieza de los establos de 
Augías, cuyos excrementos habían alcanzado un nivel tan insoportable que
 hacían imposible que se pudiera cumplir el desafío en el plazo 
encomendado. Pero Hércules logró desviar el curso de dos ríos para que 
el agua arrastrase con fuerza la inmundicia de los establos y pudiera 
acabar con semejante suciedad.
En un Estado de Derecho las prácticas corruptas solo pueden ser 
combatidas desde el ámbito judicial. La corrupción supone una clara 
ruptura de las reglas del juego. Curiosamente, uno de los más 
prestigiosos filósofos del derecho, Ronald Dworkin, denominó Hércules a 
su modelo de juez ideal, que sería capaz de dar soluciones a todo tipo 
de conflictos jurídicos. Y, en un contexto distinto, lo cierto es que la
 labor de la judicatura a menudo es titánica para poder afrontar las 
investigaciones sobre los asuntos relacionados con la corrupción.
No resultan casuales estas dificultades judiciales, a pesar del 
principio de separación de poderes de nuestro Estado Constitucional. Las
 posibilidades reales de control de las prácticas corruptas resultan muy
 limitadas ante la asfixia en la que se encuentran nuestros juzgados por
 la insuficiencia de recursos......
 

 
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