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En el Estado español se ha apostado por entender la vivienda como
mercancía y por el mercado como el mecanismo más eficiente para conjugar
la oferta con la demanda de viviendas, sea a través del alquiler o,
sobre todo, la compra.
Pero queda cada vez más patente que no existe tal equilibrio: cientos
de desahucios son confrontados cada semana con una barrera de cuerpos,
la ocupación de viviendas vacías se dispara, las calles se llenan con
una movilización creciente y también los suicidios son cada vez más
frecuentes. Esto no pasa con la mayoría de mercancías, uno no se quita
la vida por no poder comprarse un par de zapatos, tampoco es común okupar tu propio coche si no puedes pagar las letras.
Estas cuestiones quedan excluidas del análisis económico ortodoxo,
relegadas en todo caso a pequeñas distorsiones o externalidades
negativas mencionadas a pie de página. Pero no es así desde otras
aproximaciones en la economía.
La vivienda se encuentra en la intersección de dos mercancías ficticias: el trabajo y
la tierra. Este es el término que Karl Polanyi utiliza para aquellas
mercancías que no acaban de encajar en su definición más común, eso es,
la de un objeto producido para su venta en el mercado. El trabajo es
indisociable del individuo humano portador de esta peculiar mercancía y
la tierra no es más que otro nombre para la naturaleza......
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