Marco Aparicio Wilhelmi.
Diagonal 
La
 comprensión hegemónica de los derechos ha logrado transmitir, hasta 
hace poco sin excesivas interferencias, el mensaje de la separación de 
los derechos según sean civiles, políticos o sociales. El propio sistema
 internacional de los derechos humanos se fundamenta en dos tratados 
internacionales, de 1966, que realizan tal división. Se trata de una 
clasificación fundamentada en la llamada teoría de las “generaciones de 
derechos”, que implicaría una distinta jerarquía para los derechos 
civiles y políticos –derechos de primera generación– respecto de los 
derechos sociales, económicos y culturales –segunda generación–. Estos 
últimos serían derechos difícilmente exigibles, subordinados a la 
disponibilidad financiera y a la voluntad política de cada momento.
Salta a la vista que tras esta teoría se halla la salvaguarda de 
intereses de clase: no por casualidad se trata de derechos que cubren 
necesidades –sanidad, vivienda, educación, trabajo– que las clases 
dominantes ya pueden satisfacer, y de modo generoso mediante su posición
 prevalente en el mercado. Por esta razón, muchas voces vienen exigiendo
 una consideración unitaria de los derechos, su igual jerarquía y su 
idéntico vínculo con el principio de dignidad.
Quién nos iba a decir que sería la propia casta dirigente la que 
acabaría por enterrar dicha concepción jerarquizada: la crisis 
financiera y económica o, mejor dicho, la manera de gestionarla 
ejemplifica la profunda indivisibilidad e interdependencia de todos los 
derechos. A partir, en general, de una “extraordinaria y urgente 
necesidad” de prescindir del debate parlamentario, el Gobierno –el 
actual y también en buena medida el anterior– ha venido aprobando una 
serie de normas, en su mayoría decretos-ley, que restringen 
intensamente, y de manera unitaria, el contenido de un buen número de 
derechos constitucionalmente reconocidos.....
 

 
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