domingo, 24 de febrero de 2013

Una democracia increíble

Marco Aparicio Wilhelmi.
Diagonal
 
La comprensión hegemónica de los derechos ha logrado transmitir, hasta hace poco sin excesivas interferencias, el mensaje de la separación de los derechos según sean civiles, políticos o sociales. El propio sistema internacional de los derechos humanos se fundamenta en dos tratados internacionales, de 1966, que realizan tal división. Se trata de una clasificación fundamentada en la llamada teoría de las “generaciones de derechos”, que implicaría una distinta jerarquía para los derechos civiles y políticos –derechos de primera generación– respecto de los derechos sociales, económicos y culturales –segunda generación–. Estos últimos serían derechos difícilmente exigibles, subordinados a la disponibilidad financiera y a la voluntad política de cada momento.
 
Salta a la vista que tras esta teoría se halla la salvaguarda de intereses de clase: no por casualidad se trata de derechos que cubren necesidades –sanidad, vivienda, educación, trabajo– que las clases dominantes ya pueden satisfacer, y de modo generoso mediante su posición prevalente en el mercado. Por esta razón, muchas voces vienen exigiendo una consideración unitaria de los derechos, su igual jerarquía y su idéntico vínculo con el principio de dignidad.
 
Quién nos iba a decir que sería la propia casta dirigente la que acabaría por enterrar dicha concepción jerarquizada: la crisis financiera y económica o, mejor dicho, la manera de gestionarla ejemplifica la profunda indivisibilidad e interdependencia de todos los derechos. A partir, en general, de una “extraordinaria y urgente necesidad” de prescindir del debate parlamentario, el Gobierno –el actual y también en buena medida el anterior– ha venido aprobando una serie de normas, en su mayoría decretos-ley, que restringen intensamente, y de manera unitaria, el contenido de un buen número de derechos constitucionalmente reconocidos.....
 

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