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Sorprende que la Conferencia Episcopal Española, tan proclive a
pronunciarse no solo sobre lo divino sino también sobre todo lo humano
que no merece su aprobación, no haya hablado sobre una crisis económica
que dura ya casi cinco años y castiga a la mayoría de la población,
incluyendo a muchos de sus fieles. A título personal, el obispo de San
Sebastián, José Ignacio Munilla, ha pronunciado una homilía que contiene
algunas críticas atinadas sobre los escandalosos beneficios de las
instituciones financieras y sus sueldos blindados, a los que califica de
inmorales.
Sin embargo, no puede evitar una explicación del origen de la crisis
que se repite con frecuencia y que es menos inocente de lo que parece.
“En la medida en que Occidente ha ido perdiendo sus raíces cristianas se
invierten sus valores, colocando el tener por encima del ser. Es el
motivo último por el que nuestra sociedad se encuentra al borde de la
quiebra.” Y no se priva de repetir la consabida reprimenda a todos
nosotros, sobre la cual he escrito en Público (1/8/12): “Es obvio que estamos ante un pecado del que todos hemos sido cómplices”.
La raíz del problema habría que buscarla en el avance de la avaricia y
la deshonestidad, que han puesto el afán de lucro por delante del
bienestar de la sociedad. Este enfoque del problema implica la
suposición de que antes de la crisis los valores éticos gozaban de mejor
salud que en el presente y que se han deteriorado con el paso del
tiempo. Porque el término “crisis” alude a un cambio, a una situación
que no es permanente sino que se produce en un momento dado y que se
resuelve bien o mal en un periodo limitado.....
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