Alberto Garzón Espinosa
agarzon.net
Cuando deviene la crisis económica, y empeoran las condiciones
materiales de vida de la población, es natural que se exija a las
instituciones políticas una respuesta que consiga detener ese proceso.
Eso es lo que ha pasado en España en los últimos años. Sin embargo, la
sensación generalizada es que en este tiempo estas instituciones
políticas no han sido capaces, o no han querido, dar una solución al
problema. Como respuesta, instintivamente la población las declara
inútiles e ineficaces. Es ahí precisamente donde encontramos la
explicación fundamental de la creciente desafección por la política y
sus instituciones. La política institucional es considerada una
herramienta no válida para poder dar soluciones a problemas tan
acuciantes como el desempleo, los desahucios y el hambre. Se cuestiona a
las instituciones políticas y se cuestiona la democracia.
No obstante, el problema nace en considerar que realmente vivimos en
una democracia. Nada más lejos de la realidad. Vivimos en una democracia
aparente, en una ilusión política a la que hemos convenido en llamar
democracia. Porque el poder, en esencia, no se encuentra en las
instituciones políticas para las cuales elegimos a nuestros
representantes. El poder está más allá, descontrolado, irresponsable y
privado. El poder está en el dinero, en esas grandes empresas y grandes
fortunas –a las que a veces llamamos mercados- que son capaces de
doblegar los intereses de los parlamentos nacionales a través del
chantaje y la extorsión. El poder real es fundamentalmente poder
económico, y éste último no está sujeto a elección ninguna. Manda quien
más tiene y no quién más votos recibe......
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