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Los bancos centrales, que tan celosos son en la salvaguarda de su
independencia y autonomía (léase irresponsabilidad democrática), son
aficionados a entrometerse en otras materias económicas muy alejadas de
su competencia. El Banco de España durante más de treinta años ha
intentado y en gran medida ha conseguido dirigir la política económica
nacional. Se convirtió en el principal foco emisor de pensamiento
económico neoliberal, al tiempo que dejaba un triste balance en la
realización de los cometidos que le eran propios, tanto en la
instrumentación de la política monetaria, llena de errores y de
rectificaciones con un alto coste en materia de crecimiento y empleo,
como en la supervisión de las entidades financieras, del que son buena
muestra las frecuentes crisis bancarias que han restado enormes recursos
al erario público y a los españoles. Los últimos años han sido
especialmente llamativos, ya que, mientras se dejaba arder el sistema
financiero, causante de la crisis que sufre la economía española y que
va a gravar a los contribuyentes con una carga cercana a los cien mil
millones de euros, las autoridades del Banco de España se preocupaban de
los salarios y de las reformas laborales.
El Banco Central Europeo cumple fielmente este patrón. A la vez que
se desentiende de su cometido, mantener la estabilidad financiera dentro
de la Eurozona, y permite que los intereses que pagan unos países
miembros sean seis veces superiores a los de otros, se preocupa de los
salarios y de las reformas laborales; todo ello, claro está, siguiendo
una orientación netamente neoliberal y reaccionaria.
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