martes, 21 de agosto de 2012

La audacia

Samuel
Quilombo 
 
Gracias a los jornaleros del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), volvimos a hablar de miseria y de desigualdades. Discutimos la rendida admiración de los medios por los españoles de la lista Forbes. Supimos cómo funciona el oligopolio de la gran distribución. Escuchamos a sus trabajadores hablar no de empleo, sino de explotación. Tal vez esto explique, al menos en parte, que un tercio de los hurtos cometidos en los supermercados los realicen los propios trabajadores. Palabras como robo, ley y orden fueron debatidas, pues según quién las pronuncie ni suenan igual ni tienen el mismo significado.

Gracias a Juan Manuel Sánchez Gordillo, conocimos mejor cómo otra política municipal fue posible. Aprendimos que subvención no tiene por qué ser sinónimo de despilfarro, pues también puede significar inversión en el común. Quienes critican la inversión pública que Marinaleda ha hecho en el campo o en la vivienda callan sobre cómo funcionan los mercados agrícolas de los países desarrollados y cómo las principales multinacionales españolas existen gracias al dinero público.

También conocimos otra forma de indignación. La de quienes se revuelven cuando no se reconoce la hegemonía de la propiedad privada por encima de cualquier otro derecho. Para estas personas la sustracción pública de alimentos para destinarlos a barriadas populares "molesta" más que la violencia sistemática y legal contra los pobres. Al alcalde de Marinaleda le han llamado patán, chusma, charlatán, parásito... Otros le han tratado con paternalismo y condescendencia, condenando antes que nada la ruptura de la legalidad y cuestionando la utilidad de la acción del SAT. En fin, los hay preocupados por la "radicalización" de la protesta y las perspectivas electorales de la izquierda
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