Manuel Fernández Cuesta
eldiario.es
“La revolución es la guerra de la
libertad contra sus enemigos: la Constitución es el régimen de la
libertad victoriosa y apacible”
Robespierre, 25 de diciembre de 1793, discurso en la Convención
Parece que el modelo político y económico español se resquebraja. La
alianza entre las fuerzas renovadoras del franquismo y los partidos y
formaciones de la oposición, que dio paso a la Constitución de 1978,
está llegando a su fin. Algunos de los problemas resueltos con prisa de
huracán o peor aún, silenciados, reaparecen: auge del nacionalismo
periférico y reacción del centralismo (castizo) español; supeditación de
la organización política y social a la economía de mercado y sus
intereses financieros; pérdida real del valor de la soberanía popular en
beneficio de grupos de presión, revisionismo histórico, supresión de
derechos adquiridos y merma sustancial de la protección que conlleva el
estado del bienestar, entre otros. En este contexto, miles de ciudadanos
están reclamando, en foros y asambleas, un nuevo pacto constitucional,
es decir, el inicio de un proceso constituyente que finalice con la
elección de Cortes Constituyentes y la redacción de una nueva Carta
Magna que recoja las aspiraciones y anhelos de una ciudadanía moderna,
hija de las identidades múltiples del siglo XXI: una república
democrática. Ejecutado en la guillotina el 28 de julio (10 Termidor) de
1794, cerca de Errancis, junto con Saint-Just y veinte revolucionarios
más, resulta sorprendente comprobar cómo hoy, más de dos siglos después,
la cabeza política de Robespierre -el hombre, junto con el Comité de
Salud Pública, que consolidó la Revolución francesa de 1789, salvando
los progresos y logros de la República y su esencia democrática- sigue
vagando, malherida, vilipendiada, cubierta de cal, por las cloacas de la
Historia (neoliberal) cuando debería ser un referente, europeo y
solidario, en tiempos de pánico institucional y zozobra ética.....
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