Diagonal
Como un espejo distópico, la evolución y las tensiones de las macrociudades pueden ayudar a entender la actual crisis.
A
principios de los ‘90 Ramón Fernández Durán, el malogrado compañero al
que tanto le deben los movimientos sociales autónomos, escribía La
explosión del desorden. La metrópoli como espacio de la crisis global. A
finales de los 2000 Mike Davis, quizás el más original de los analistas
del campo urbano contemporáneo, acababa dando cuerpo a Planetas de
ciudades miseria, en el que recogía y sintetizaba abundante información
sobre la explosión del urbanismo informal en el Sur global. A pesar de
las distancias biográficas y de los más de 15 años que median entre la
publicación de ambos trabajos, la hipótesis política venía a ser la
misma: las grandes megalópolis, y especialmente las inmensas bolsas de
miseria y urbanismo informal que las componen, van a ser, son ya, el
espacio de mayor tensión del espectro social de nuestro tiempo.
La urbanización masiva y caótica, proliferante y brutal, se ha vuelto
otra vez, dentro de la larga serie que ya siguiera Dickens en la
primera mitad del siglo XIX, Engels unas décadas después, o ya en los
años ‘20 los sociólogos de Chicago, la incógnita descarnada del futuro
de la sociedad humana, la excrecencia geográfica más destacable del
capitalismo histórico. Así parecen atestiguarlo los más de 250.000
asentamientos informales que la ONU cartografía en todo el planeta y los
cerca de 2.000 millones de personas que viven en ellos. Bidon villes,
favelas, villas, conventillos, chabolas; igual da, la forma urbana
contemporánea por antonomasia es la de las construcciones precarias, la
mayor de las veces sin reconocimiento legal, sin títulos de propiedad,
sin servicios homologables a los de la ciudad formal. Unos espacios
opacos, impenetrables, que muchas veces sólo saltan a la luz por la
desgracia o la catástrofe natural, por las oleadas de pequeña
criminalidad o por su potencial político explosivo.....
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