Adela Cortina
El País
Dicen algunos expertos en estos temas que las gentes formulamos
juicios morales por intuición, que no tenemos razones y argumentos para
defenderlos, sino que tomamos posiciones en un sentido u otro movidos
por nuestras emociones. Tratan de comprobarlo, por ejemplo, con lo que
llaman “males sin daño”, como es el caso de una persona que promete a su
madre moribunda llevarle flores al cementerio si muere y, una vez
muerta, no cumple su promesa. ¿Ha obrado moralmente mal? La madre no
sufre ningún daño y, sin embargo, la mayoría de la gente está convencida
de que está mal obrar así, pero no saben por qué. Y esta es la
conclusión que sacan los expertos en cuestión: las gentes asumimos unas
posiciones morales u otras sin saber por qué lo hacemos, nos faltan
razones para apoyarlas. Cuando lo bien cierto es que en nuestras
tradiciones éticas podemos espigar razones más que suficientes para
optar por unas u otras, aunque se trate de cuestiones nuevas. Conocer
esas tradiciones y aprender a discernir entre ellas es, pues, de primera
necesidad para asumir actitudes morales responsablemente, para poder
dialogar con otros sobre problemas éticos y para innovar.
Esto no se consigue en un día, por arte de birlibirloque, sino que
requiere estudio, reflexión, diálogo abierto. Ese era el propósito de
una asignatura, presente en el currículum de 4º de la Enseñanza
Secundaria Obligatoria desde hace casi un par de décadas. Se llamó
primero Ética. La vida moral y la reflexión ética, ahora lleva el nombre de Educación ético-cívica,
y en su honor hay que decir que ha permanecido en su lugar a través de
los cambios políticos. Sólo antes de que naciera se planteó el problema
de si la ética era una alternativa a la religión, o si más bien era
común a todos los alumnos, mientras que la religión quedaba como
optativa. Afortunadamente, esta segunda fue la solución, y desde
entonces ningún grupo social y ningún partido político han puesto en
cuestión su presencia en la escuela.....
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