José Haro Hernández
La Opinión de Murcia
"Todo esto no pudo ocurrir sin la complicidad de las autoridades
estatales, en concreto las que supuestamente regulan el sistema
financiero. Éstas simplemente miraron para otro lado, dejando que el
'mercado' encontrara su presunto equilibrio y facilitando así, primero
el disparate, y después el drama".
Ningún otro fenómeno social como los desahucios concita tan
intensamente las miserias, incoherencias y contradicciones que concurren
en el sistema capitalista y lo conforman. Paradigma de esa
incongruencia lo constituyen las declaraciones de hace unos días del
jefe de la patronal bancaria, Miguel Martín, que en un alarde de
surrealismo aseguraba que la solución a este problema no es otra que
hacer más y más casas, acompañadas de sus correspondientes créditos
hipotecarios. Que uno de los máximos prebostes del poder económico (y
por ello del poder real) realice una afirmación de este nivel en un país
con quinientas ejecuciones hipotecarias diarias y un millón de
viviendas vacías, ilustra a las claras la naturaleza kafkiana e
irracional del régimen realmente existente.
Y es que la codicia
perturba la razón, pero además da cobertura a la injusticia. Y en ésta,
la injusticia, encontramos tanto la causa de los desahucios como su
consecuencia. Efectivamente, a partir de una desequilibrada distribución
de la renta, algunas personas se encuentran con un dinero en sus manos
que no encuentra salida en la inversión productiva, por la sencilla
razón de que ese desigual reparto ha mermado la capacidad de consumo de
buena parte de los asalariados. Los bancos, rebosantes de dinero
depositado por los ricos y de préstamos de otros bancos extranjeros
igualmente con sus arcas llenas, inflan una burbuja, la del ladrillo,
apostando a una creciente subida de su precio. En el otro extremo de la
cadena, gente con bajos salarios y empleos precarios a los que se ofrece
una generosísima financiación, con tasaciones desproporcionadas, a fin
de que puedan contribuir a cebar la bomba.....
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