Sami Nair
El País
Es una perogrullada subrayar que
este año 2011 será uno de los más importantes de esta primera mitad de siglo. Y
ello tanto por la ruptura que introduce respecto al pasado cercano y más lejano
como por las potencialidades que encierra para el futuro. Es, de entrada, el
año del comienzo de una nueva época para el mundo árabe. Gracias a la
revolución tunecina, este ha alcanzado el tiempo del mundo moderno al colocar
la cuestión de la democracia en el centro de su historia. Aunque esta
transformación implica regresiones religiosas allí donde se ha producido la
revolución (Túnez, Libia, Egipto), estas no pueden disminuir el significado
histórico de la revolución misma.
En efecto, lo que en todas partes
caracteriza a esta revolución es el desplazamiento radical de la soberanía:
desde las independencias (en resumen, desde el final de la II Guerra Mundial), la
soberanía había sido confiscada por Estados burocráticos y militar-policiales.
Vuelve a la sociedad, a los pueblos. Este desplazamiento es de una importancia
capital para el acceso a la modernidad. Se produce al hilo de una retórica
contemporánea y moderna: la de los derechos de los pueblos a disponer de ellos
mismos frente a sus propios poderes estatales. Es por ello que los derechos del
hombre, la exigencia ardiente de ciudadanía y la libertad de conciencia han
estado en el centro de esos levantamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario