Iniciativa Debate.
En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser
William Shakespere
Un 29 de octubre de 1919, hace ahora más de 92 años, se aprobó en la OIT [1] el primer convenio internacional por los derechos de los trabajadores (C1).
Era el que acordaba establecer entre los firmantes la jornada de ocho
horas, o de la semana de cuarenta y ocho horas en la industria. En 1928
llegó el salario mínimo (C26), poco después, la edad mínima para trabajar (C33), y dos años más tarde llegaron las prestaciones por desempleo (C44). Hace 80 años ya, que se limitó la jornada semanal a 40 horas con carácter general. ¿Sorprendente, verdad?
Hasta antes de la guerra IIGM los derechos de los trabajadores fueron
ganando terreno. Unos sindicatos con músculo, y unas convicciones
férreas, iban derribando todos los muros de tradiciones y pasado. Y eso
era solo el principio, se miraba al futuro con esperanza, y no solo
desde el proletariado.
Qué tiempos aquellos en los que el
destino se auguraba desde una lógica social, incluso desde ciertas
corrientes capitalistas. El desarrollo tecnológico cautivaba los
sentidos, la modernidad se podía tocar con la punta de los dedos. El
mismo John Maynard Keynes (un capitalista recuperado de las estanterías
desde el comienzo de la crisis como figura válida incluso por gran parte
de la izquierda contemporánea), presagió jornadas laborales de 15 horas
semanales para el 2030. El hombre ocupaba por entonces el centro del
universo intelectual. La economía iba a estar a su servicio, y pronto
disfrutaríamos de tiempo para lo importante, relegando las duras tareas
de la obtención de lo imprescindible al fruto de nuestra inteligencia
como especie; las máquinas....
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