Jordi Soler
El País
Todo el mundo está obsesionado con el crecimiento, pero bien mirado,
en un organismo maduro todo crecimiento se corresponde en esencia con un
tumor". Esto lo dice Walter, uno de los personajes de Libertad,
la fabulosa novela de Jonathan Franzen que ha sido saludada por la
crítica estadounidense, y por buena parte de la española, como la novela
más importante del año pasado. Walter explica a la familia de su novia,
en una bochornosa escena que se desarrolla en un restaurante de
Manhattan, en los años setenta, los pormenores del informe Los límites del crecimiento, que promovía entonces el Club de Roma.
La escena resulta bochornosa porque a nadie le interesa lo que ese
joven intelectual, preocupado por el destino del planeta, se empeña en
contar; la familia de su novia está más bien por beber vino y repetirse
los chistes verdes de costumbre y la cuñada, después de la esforzada
intervención de Walter, pregunta: el Club de Roma. ¿Eso es como un Club
Playboy italiano?
La obsesión por el crecimiento, sobre la que sin
ningún éxito ensaya Walter en esa cena de novela, y sobre todo el
cuestionamiento de si todo lo que crece va necesariamente a mejor, viene
muy a cuento en estos tiempos en los que el ciudadano común vive
expandiéndose, cada vez con más frenesí, en ese territorio fragmentado,
vasto y resbaladizo, que son las pantallas electrónicas. Como si todos
estuviéramos capacitados para ello, nos entregamos a la multiplicación
de las tareas que nos ofrece toda la gama existente de instrumentos
electrónicos, y a ir consumiendo la información multiplicada,
multifragmentada, que estos nos brindan, como si eso fuera, en efecto,
una manera de crecer y de expandirse.....
No hay comentarios:
Publicar un comentario