viernes, 6 de abril de 2012

Indignados de todos los países…

Yann Fievet
Le Grand Soir (Rebelión)

«No es que no nos atrevamos porque las cosas son difíciles. Las cosas son difíciles porque no nos atrevemos» (Séneca)

«Donde crece el peligro también crece lo que nos salva de él» (Holderlin).


La lista de países en los que florecen movimientos susceptibles de declararse más o menos abiertamente indignados se volverá interminable. Pronto será más sencillo contar los países totalmente ajenos a este fenómeno, el cual no se puede meter en el saco de los acontecimientos pasajeros o puramente circunstanciales. En una audaz reducción, esos movimientos de formas sinuosas y con discursos diversos se han relacionado con la publicación de la estimulante obra de Stéphane Hessel. ¡Indignaos!, nos ordena desde lo alto de su lucidez intacta que tantos individuos parecen haber perdido en nuestras democracias formales. Sin embargo la lucidez también exige que reconozcamos que la mayoría de esos movimientos podrían haber eclosionado sin la orden de nuestro vigilante compatriota. Le haríamos un honor que en ningún momento reivindica atribuyéndole una paternidad abusiva. Antes embajador de profesión, en su vejez Hessel se ha convertido en un embajador simbólico de numerosas luchas contra los abusos y la creciente injusticia alimentada por la globalización capitalista. Es obvio que el panorama de la indignación sobrepasa ampliamente el simpático padrinazgo de alguien que no puede resignarse al sacrificio, tan frecuente, de la dignidad humana en el altar de la ganancia voraz.

Una idea generalizada que quieren asfixiar
Los indignados no se limitan a prolongar la larga historia de la protesta contra el orden establecido por los amos de la economía dominante y sus secuaces. Al contrario, marcan una ruptura histórica en el sentido de que inscriben sus movimientos en un contexto nuevo, el del anunciado hundimiento del capitalismo y de los intentos de salvarlo, cada vez más violentos, que claramente tratan de preservar el principal resorte del capitalismo, la generación del beneficio máximo mediante la contratación del coste directo mínimo, y que la economía, ahora global, destruye el tejido social a la vez que daña gravemente los ecosistemas y agota los recursos más escasos. ....

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