Le Grand Soir (Rebelión)
«No es que no nos atrevamos porque las cosas son difíciles. Las cosas son difíciles porque no nos atrevemos» (Séneca)
«Donde crece el peligro también crece lo que nos salva de él» (Holderlin).
La lista de países en los que florecen movimientos susceptibles de
declararse más o menos abiertamente indignados se volverá interminable.
Pronto será más sencillo contar los países totalmente ajenos a este
fenómeno, el cual no se puede meter en el saco de los acontecimientos
pasajeros o puramente circunstanciales. En una audaz reducción, esos
movimientos de formas sinuosas y con discursos diversos se han
relacionado con la publicación de la estimulante obra de Stéphane
Hessel. ¡Indignaos!, nos
ordena desde lo alto de su lucidez intacta que tantos individuos
parecen haber perdido en nuestras democracias formales. Sin embargo la
lucidez también exige que reconozcamos que la mayoría de esos
movimientos podrían haber eclosionado sin la orden de nuestro vigilante
compatriota. Le haríamos un honor que en ningún momento reivindica
atribuyéndole una paternidad abusiva. Antes embajador de profesión, en
su vejez Hessel se ha convertido en un embajador simbólico de numerosas
luchas contra los abusos y la creciente injusticia alimentada por la
globalización capitalista. Es obvio que el panorama de la indignación
sobrepasa ampliamente el simpático padrinazgo de alguien que no puede
resignarse al sacrificio, tan frecuente, de la dignidad humana en el
altar de la ganancia voraz.
Una idea generalizada que quieren asfixiar
Los
indignados no se limitan a prolongar la larga historia de la protesta
contra el orden establecido por los amos de la economía dominante y sus
secuaces. Al contrario, marcan una ruptura histórica en el sentido de
que inscriben sus movimientos en un contexto nuevo, el del anunciado
hundimiento del capitalismo y de los intentos de salvarlo, cada vez más
violentos, que claramente tratan de preservar el principal resorte del
capitalismo, la generación del beneficio máximo mediante la contratación
del coste directo mínimo, y que la economía, ahora global, destruye el
tejido social a la vez que daña gravemente los ecosistemas y agota los
recursos más escasos. ....
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