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Para los colectivos más radicales la crisis no es una crisis sino una
estafa. Tiene toda la pinta, desde luego porque, si no está muy claro
cómo se desencadenó en concreto, debido a qué decisiones y de quiénes,
sí lo está, pues no lo ocultan, a quiénes ha beneficiado y sigue
beneficiando: a los famosos fondos de riesgo, a los financieros, a los
especuladores, a los bancos rescatados con dinero público, a los
ejecutivos de las grandes empresas a quienes estas compensan por su
incompetencia con primas millonarias. En definitiva, a quienes la han
provocado. Es razonable pensar que lo hicieran a propósito, como una
estafa, y es lamentable comprobar que ningún país dispone de
posibilidades de poner fin a estos comportamientos o de castigarlos. Los
mercados son el terreno de la ley del más fuerte y la ideología
económica dominante, pagada en sus centros de fabricación por esos
mismos beneficiados, pretende que siga siendo así. Y así seguirá siendo
mientras los poderes políticos también obedezcan los dictados de quienes
se lucran con tan injusto desbarajuste.
Además de una estafa la crisis es un pretexto, una ocasión para el
desarrollo de un modo de producción que no admite otra lógica que el
triunfo total de sus presupuestos. El capitalismo alcanza su triunfo
político con la revolución burguesa cuyo símbolo es la abolición del
“antiguo régimen” otro nombre para el feudalismo que, en esencia, no es
otra cosa que la confusión entre lo público y lo privado o la
privatización de todas las relaciones de poder pues se basa en los
contratos de sumisión personal de los vasallos a los señores. Ahora
bien, una vez terminado ese antiguo régimen y separado lo público de lo
privado, la burguesía sacraliza el ámbito de la sociedad civil, de las
relaciones mercantiles y pretende colonizar el Estado e
instrumentalizarlo al servicio de esos intereses privados. Es decir,
habiendo vencido el régimen feudal, el capitalismo pretende refeudalizar
el Estado sometiéndolo no a las relaciones bilaterales entre
particulares sino a las multilaterales del mercado pero no menos
privadas. Para el capitalismo el Estado, los poderes públicos, no son
el garante del bien común (concepto que tiene por quimérico) sino el
cuarto de banderas en el que se defienden los intereses de unas u otras
escuderías económicas......
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