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Hace más o menos un año, centenares de miles de personas salieron a
la calle con una alegría y una determinación inéditas en los últimos
tiempos. La convocatoria no provenía de los canales habituales, pero la
rotundidad del mensaje consiguió aunar voces heterogéneas en un solo
grito: no somos mercancías en manos de políticos y banqueros.
La insumisión era explícita respecto a las reglas de un sistema
político, y económico, que se identifican como incompatibles con el
cumplimiento de los derechos ciudadanos más básicos. La idea de que la
dinámica económica en marcha nos conducía aceleradamente hacia la
barbarie social estaba en el sustrato de la protesta. La pancarta
desplegada en Sol aquel 15 de mayo -"vuestra crisis no la pagamos"- insistía en la centralidad de la crítica económica como parte fundamental de la indignación.
¿Qué
ha cambiado en un año? ¿En qué avances se ha traducido aquel grito
insumiso de crítica, no sólo a la forma de afrontar la gestión de la
crisis sino, en general, a un sistema económico cada vez más
evidentemente injusto? La principal aportación de la "sacudida de mayo",
y del trabajo incansable y sistemático que desde entonces se viene
desarrollando desde múltiples ámbitos del movimiento -entre los que cabe
destacar la labor insustituible de los grupos de trabajo de economía
consolidados a partir de los grupos motores de Sol y Plaça Catalunya-,
corre el riesgo de pasar desapercibida. Pero es de una importancia
crucial: la economía ha bajado a la calle.
El
motor económico básico de una sociedad capitalista, como la nuestra, es
la rentabilidad privada. En este contexto, las principales decisiones
colectivas -es decir, la política-, se encuentran permanentemente subordinadas a las exigencias económicas.
En la coyuntura actual podríamos decir, a "los mercados".....
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