Juan-Ramón Capella
Mientras Tanto.
La democracia ateniense era en muchos aspectos una democracia directa
de los pocos que tenían la condición de ciudadanos. En las sociedades
occidentales la complejidad de las poblaciones hace difícil que la
democracia directa se pueda dar. Ante todo hay que decir que los
sistemas contemporáneos se parecen al modelo griego en que son sistemas
de exclusión, aunque ésta se articule de distinta manera. La exclusión
ateniense de los trabajadores esclavizados era clara y descarada. La
exclusión, en los sistemas políticos contemporáneos, además de tener un
componente claro y descarado —los trabajadores sin voto por ser
inmigrantes, en un universo donde todo el mundo emigra—, tiene otro
componente más fundamental: a diferencia de los atenienses, donde los
ciudadanos —propietarios— eran relativamente iguales socialmente, los
sistemas contemporáneos pretenden ser democracias de desiguales:
como si la formal igualdad del voto, cuando existe, compensara la
desigualdad social. Ésta es relevante políticamente porque existen
grandes masas de población manipulables hasta el punto de hacer
irreconocibles para ellas las opciones políticas en juego. Por eso, por
causa de la desigualdad social, los sistemas que suelen presentarse como
democráticos no pasan de ser oligarquías: unas oligarquías en las que
los representantes politicos pertenecen a empresas de servicios
políticos —grandes partidos— financiados por —y a las órdenes de— los
poderes económicos y de algún poder cultural afín (como ocurre en España
con la iglesia católica). Los derechos individuales —lo que permite el
disfraz democrático de estos sistemas oligárquicos— se recortan o se
inutilizan siempre que les conviene a los que mandan.
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