Carlos Taibo
Rebelión.
Si en las filas del 15-M hay una figura personal que me molesta, ésa es la del cenizo:
la de quien no ve sino problemas e insuficiencias en un movimiento que,
a mi entender, es lo mejor, y lo más esperanzador, que hemos tenido en
decenios. Pese a todos los efectos que podamos atribuirle, sus virtudes
despuntan con claridad: ha propiciado la forja de una nueva identidad
contestataria, ha dado alas a muchas iniciativas afines, ha colocado en
la agenda debates que el sistema había intentado arrinconar, ha
conferido dignidad a la perspectiva de la asamblea y de la autogestión,
y, por encima de todo, ha permitido que muchas gentes descubran que
pueden hacer cosas que parecían no estar a su alcance.
A la plaga de los cenizos
se ha sumado a menudo la de quienes han preferido hablar sin saber. Son
los mismos que han identificado, sin margen para la duda, un declive
irreversible en el movimiento del 15 de mayo. No creo equivocarme si
afirmo que semejante visión es tributaria de las distorsiones que
alimentan los medios de incomunicación del sistema. A los ojos de éstos
el 15-M sólo interesa cuando de por medio se revela la convocatoria de alguna macromanifestación o cuando hay hechos violentos en la trastienda.
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