Pablo Bustinduy
Rebelión
Llamar “crisis” a la guerra económica que estamos viviendo es una
forma de hurtarnos la realidad. Sirvan de muestra los recortes, que se
nos dan ya masticados y rumiados con el viejo silogismo tramposo del no hay alternativa
: los hechos son los que son, y siendo los hechos los que son, hay que
hacer lo que hay que hacer. El mensaje de los tecnócratas está claro:
solo hay un relato posible, y nosotros lo administramos. Por eso nos
hablan de la crisis como se habla del tiempo; suben o bajan las
temperaturas y sube o baja la prima de riesgo, como si todo esto fuera
un tifón o una helada que cayó sin avisar para arruinarnos la cosecha.
La ventaja de este relato es su esterilidad. No hay cualidades, no hay
culpas, no hay razones ni responsabilidades. Hay un presente blindado,
romo, irrespirable, sin historia ninguna ni futuro posible.
Por eso lo más importante que ha pasado en los últimos tiempos es que
ese relato por fin ha empezado a politizarse. Politizar un relato quiere
decir abrirlo, desvestirlo, afirmar la necesidad absoluta de volver a
pensar lo que se cuenta para encontrarle razones y conclusiones
diferentes, para ver otras escenas a partir de los mismos hechos. Y
resulta que, en efecto, basta excavar un milímetro en la superficie de
la crisis para que aparezca algo bastante diferente. Dicho mal y pronto,
lo que aparece es un casino financiero de una complejidad endiablada,
que se dedica a la conversión permanente de riqueza social en beneficios
privados. Es un pillaje sistemático, que ha convertido la economía real
en un inmenso mecanismo de garantías para cubrir las apuestas
demenciales de un puñado de jugadores invisibles e irresponsables. Las
cartas están trucadas. Cada vez que la banca salta por los aires, los
poderes públicos corren a drenar las pérdidas a nuestro cargo. Es otra
forma de explicarlo......
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