El País
La religión es inconcebible sin
el concepto del pecado. Del mismo modo, la economía de mercado libre, aunque
muchos -empresarios, comentaristas, periodistas, los mismos economistas de
renombre- la imaginan inmaculada, digamos como una biblia reveladora de
principios y procedimientos cuya aplicación asegura prosperidad para todos por
donde quiera que reine, gesta condiciones tan poco celestiales que se hace
necesario suscribirla a mandamientos muy estrictos. Uno de ellos es nunca dejar
de prevenir el fenómeno recurrente que engendra: la crisis financiera,
posiblemente su pecado capital. Otro es nunca suponer que su paso reparte
penurias y penitencias a todos por igual, ni que las heridas cicatrizan sin
dolor. Y otro más: nunca hay que trepidar para señalar con claridad la
responsabilidad de los principales agentes e instituciones que la gestaron, ni
para intervenir con firmeza a fin de contener sus efectos más nocivos sobre el bienestar
económico de sus víctimas.
Ignorar estos mandamientos
significa acoger un nuevo amanecer, de gloria para los pocos que se alzan con
fortunas, de desdicha para los muchos más que encaran drásticos recortes de sus
ingresos o la amenaza de la cesantía prolongada.Tal es el balance que arrojan
las crisis que se han sucedido en el mundo a lo largo de los últimos 150 años,
mas la presente puede causar estragos de mayor magnitud porque se incuba en
condiciones parecidas a las que dieron lugar a la más funesta de todas, la Gran Depresión de
la década de 1930.....
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