Manuel G. Sesma
Migajas
Desde finales de los años 70, empezaron
a aplicarse tanto en EEUU como en Europa medidas económicas de signo
neoliberal, en gran medida a raíz de la crisis energética generada por la
guerra en Oriente Próximo (Crisis del petróleo). Esto supuso el abandono del
modelo capitalista keynesiano en favor de un modelo económico que promovía la desregularización del sistema financiero, la
reducción de impuestos a las rentas más altas y la pauperización progresiva de
las clases trabajadoras. Estas recetas favorecieron una acumulación extraordinaria
de las rentas del capital, y un crecimiento enorme de las grandes compañías o
corporaciones transnacionales, en detrimento de las pequeñas y medianas
empresas y de las rentas del trabajo. Porque la mayor parte de los beneficios
acumulados, no se reinvirtieron en mejorar las condiciones de trabajo de las
clases populares o en mejorar el bienestar social, sino en fondos de inversión
y actividades de orden especulativo. De esta forma, el mundo financiero,
ocupado en generar dinero del propio dinero, se fue haciendo cada vez más grande
y poderoso, aunque esto supusiera, a su vez, desvincularse cada vez más de la
economía real o productiva. Así, por ejemplo, cuando en la década de los 90
este modelo hizo entrar en crisis la demanda de bienes y servicios, para
amortiguar el escaso poder adquisitivo de las clases populares y fomentar de
nuevo el consumo, lo que se hizo fue desarrollar mecanismos crediticios que
agilizaban las formas de pago, como por ejemplo, la asignación de tarjetas de
crédito.
A finales de los 90 y principios
de siglo XXI, el sector financiero contaba con tantos recursos que sus apuestas
en el gran casino eran cada vez más grandes y arriesgadas, generando una
burbuja detrás de otra, hasta que le tocó el turno al sector inmobiliario,
aprovechando una coyuntura en la cual en EEUU los tipos de interés estaban muy
bajos. De esta forma, los bancos americanos se dijeron: Bueno, si no lo ganamos por la calidad, lo ganaremos por la cantidad......
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