Público
Al menos desde la Revolución Francesa, cuando se vulneran derechos 
generalizables y los canales institucionales permanecen bloqueados, la 
resistencia civil se convierte en la última garantía contra la 
arbitrariedad del poder y la degradación del principio democrático. Las 
movilizaciones contra los desahucios impulsadas por la Plataforma de 
Afectados por la Hipoteca (PAH) en el conjunto del Estado, al calor del 
15-M, reflejan claramente esta voluntad garantista. Y las respuestas 
represivas a las mismas –como ocurrió en Vic–, la impotencia de unas 
instituciones incapaces de tutelar derechos que están en la base de los 
ordenamientos legales que dicen defender.
Lejos de ser un fenómeno natural o un simple trámite jurídico, los 
desahucios por razones económicas entrañan una innegable dosis de 
violencia. Quienes los padecen, no sólo ven afectado su derecho a la 
vivienda. Al haber dedicado casi todos sus recursos a mantener un techo 
para sí y los suyos, quedan expuestos a vulneraciones severas de sus 
derechos a la integridad física y psíquica, a conservar o a buscar un 
empleo, a asegurar la educación de sus hijos. En casos como el español, 
esta situación es especialmente trágica, ya que el desahucio no comporta
 casi nunca el realojamiento digno exigido por Naciones Unidas.
En realidad, estos desahucios han estado en el centro de la gestación
 y estallido de la crisis. Durante el boom inmobiliario, cientos de 
familias fueron expulsadas de sus viviendas a resultas de operaciones 
urbanísticas especulativas. Otras tantas fueron objeto de acoso 
inmobiliario: una forma no disimulada de coacción, e incluso de 
matonismo, dirigida contra arrendatarios con alquileres bajos, 
considerados una rémora para la obtención de rentas mayores. Tras el 
estallido de la crisis, el fantasma del desalojo comenzó a planear sobre
 las familias con hipotecas impagables, muchas de ellas contraídas en 
condiciones leoninas. Entre 2007 y 2011, según el Consejo General del 
Poder Judicial, la cifra de ejecuciones hipotecarias supera las 300.000.
 Sólo en 2010 ya fueron 93.636. A este escenario deben sumarse, a medida
 que el paro se dispara, miles de desahucios por impago de alquileres 
con escasa o nula intervención de los servicios sociales.....
 

 
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