Carlos Berzosa – Consejo Científico de Attac
Sistema Digital
Desde la década de los años ochenta del siglo XX se comenzó a 
condenar el déficit público, al que se consideraba que era algo 
realmente perverso que había que combatir. Las políticas de ajuste que 
se obligaron a hacer a los países menos desarrollados, sobre todo en 
América Latina, insistían en ello. El Fondo Monetario Internacional 
(FMI) y el Banco Mundial lo convirtieron en un principio fundamental de 
la política económica que, por diferentes mecanismos, imponían a estos 
países y esto se convirtió en un dogma de fe.
El Consenso de Washington acordado en 1989 sancionaba también este 
principio de disciplina fiscal, y se consideraba que los déficits 
presupuestarios, medidos adecuadamente con la inclusión de los gobiernos
 locales, las empresas estatales y el banco central, deben ser 
suficientemente pequeños para no tener que financiarse con el impuesto 
de la inflación. El Consenso de Washington se convirtió en la única 
receta de política económica que los países endeudados, fundamentalmente
 los menos desarrollados, tenían que llevar a cabo.
El principio de que el déficit tiene que ser suficientemente pequeño 
también se incorporó en el Tratado de Maastricht de la Unión Europea(UE)
 como uno de los requisitos indispensables para que los países pudieran 
acceder a la moneda única cuando se pusiera en funcionamiento. El pacto 
de estabilidad presupuestario se ha mantenido una vez que el euro quedó 
implantado. La ortodoxia económica que se empezó a imponer como 
dominante en esta década impuso este principio como si fuera una ley 
inexorable del funcionamiento de la economía, al igual que si se tratara
 de la ley de la gravedad.......
 

 
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