Público
Las élites políticas y financieras que gobiernan Europa han decidido que
no tolerarán ninguna consulta o elección que pueda escapar a su
control. Lo han dejado claro en Grecia al forzar la dimisión de
Papandreu; en Italia, imponiendo al Gobierno tecnócrata de Monti; e
incluso en España, rindiendo de antemano al nuevo Gobierno a los
designios de la prima de riesgo. Este veto oligárquico tiene otras
expresiones. Hay una muy notoria: la demonización del referéndum, una de
las pocas vías institucionales a través de la cual la ciudadanía podría
llegar a imponer una respuesta distinta a la que las élites están
dispuestas a aceptar.
En el discurso dominante, el referéndum aparece
como la quintaesencia de la manipulación y de la democracia
plebiscitaria. Esta caracterización rotunda no es del todo arbitraria.
Es innegable que el referéndum encierra peligros plebiscitarios. También
que corre el riesgo de convertirse en un simple mecanismo de
ratificación de decisiones previamente adoptadas desde arriba sin debate
alguno. Una pregunta que sólo admite un sí o un no por respuesta puede
ser un instrumento de manipulación en manos del poder de turno. Quien
pregunta decide el contenido de la consulta y prefigura, en parte, la
respuesta. Ahí están, para constatarlo, los plebiscitos de Mussolini o
de Franco, en los que el líder obtiene el asentamiento de las masas en
la plaza, sin posibilidad de confrontación plural e informada de ideas.
Pero también consultas como la de la OTAN, que el PSOE instrumentalizó
de forma burda para justificar su cambio de posición en la materia......
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