Público
Las políticas anti-crisis
actuales son el reflejo de una macroeconomía masoquista. Según el concepto
acunado recientemente por el economista Wren-Lewis, toda la lírica de nuestros
dirigentes —sacada del mismo léxico de los recortes— no deja lugar a dudas. Ya
sea Cameron en Reino Unido o el Rey en España, el “espíritu de sacrificio”
tiene que dominar el tiempo y debate político-social. Por su parte, Monti y
Sáenz de Santamaría hablan del “dolor” necesario para “crear la Italia del futuro” o
“salvar el país”. Mientras tanto, la ministra italiana del Trabajo, cuya voz se
entrecortaba de lloros al anunciar el plan de ajuste, se encarga de simbolizar
la culpa nacional a través de una catarsis colectiva mediática.
Asimismo, de norte a sur, de este
a oeste de Europa, la única solución es la austeridad asentada en la
socialización de un sentimiento central: la purga de los pecados. La austeridad
se convierte poco a poco en una enfermedad patológica colectiva de quien goza
verse humillado o se complace en sentirse maltratado. Para los pecadores de los
tiempos (insostenibles) de bonanza y de la burbuja inmobiliaria, hoy toca la
redención y la flagelación patrióticas a golpe de desmantelamiento generalizado
del Estado de bienestar, de subida del IVA, de reducción de las prestaciones
por desempleo, de diabolización de lo público, de reducción del número de concejales
(y aumento del bipartidismo), del aumento de la jornada laboral y de la edad de
jubilación, etc. Estas políticas anti-crisis masoquistas, sean conservadoras o
social-demócratas, son una verdadera perversión intrínseca de las economías del
crecimiento, su cara más oscura......
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