León Bendesky
La Jornada
Bastó apenas una
declaración de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, hace
unos días, para que el índice de la bolsa de valores de España subiera 6
por ciento en la jornada, con la mayor alza en dos años, y bajara la
prima de riesgo de los bonos de deuda estatal que tiene a ese país
contra las cuerdas desde hace muchas semanas. Un entusiasmo similar se
provocó en Italia.
El BCE hará todo lo necesario para sostener el euro. Y, créanme, eso será suficiente. Hay que admitir que es poco el contenido, no es más que un ofrecimiento, como si de un oráculo se tratara. ¡Hay que creer!
Lo que me interesa destacar aquí no es si podrá o no cumplir con su objetivo de salvar al euro, en qué condiciones y cuál será la durabilidad de su intervención. El elemento que me parece relevante en el marco de lo dicho por el funcionario concierne al modo de operación de los mercados financieros o, dicho sin eufemismos, de los poderosos fondos privados e institucionales de inversión y los grandes bancos.
El asunto tiene que ver con la manera en que se toman las decisiones de inversión. La cuestión se resolvía entre los economistas ortodoxos y los operadores hasta antes de la crisis de 2008, asumiendo que las decisiones se basaban en esquemas de racionalidad casi perfecta y que, por lo tanto, los mercados se ajustaban en un nivel de equilibrio óptimo......
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