Ilán Semo
La Jornada
Qué pueden tener en común movimientos tan disímbolos como los indignados
españoles, Occupy Wall Street en Estados Unidos, Aganaktismeni en
Grecia y #YoSoy132 en México? Todo intento de establecer cualquier
analogía parece perderse en los registros pasajeros del empirismo. En
rigor, no hay nada (más que el imaginario de las pantallas) que los
comunique; menos aún que los identifique entre sí. La historia tampoco
parece ayudar. Por sus programas, sus formas de legitimación y la
sinergia de su arrastre, sus semejanzas con las revueltas del 68 parecen
inexistentes, y en cierta manera representan la antítesis de ese
retorno del concepto de
sociedad civilque en los 90 encontró en las ONG un nuevo piso para combatir la soledad civil.
Habría que preguntarse si su denominador común, que no está en el
cuerpo de sus acciones, no se encuentra acaso en la pulsiones que les
han permitido redefinir los órdenes que median entre la política y lo
político, es decir, aquello a lo que se enfrentan, el espectro actual
del
gran otro. Lo político comienza siempre ahí donde aparece un significante fluctuante, donde todo lo que antes era un cuerpo sin órganos cobra el estatuto de una presencia inmanente, lista a desplazar al antiguo principio de realidad. Toda política que se define en el subsuelo de la fábrica social se inicia como un registro de espectros. Destaco cuatro aspectos de esta nueva relación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario