Miguel Sánz Loroño
Público.es
El gobierno de Mariano Rajoy ha puesto de manifiesto una
contradicción maquillada en las últimas décadas. Hablamos del conflicto
existente entre la democracia y la lógica de los mercados. El
capitalismo combatió a la democracia durante todo el siglo XIX.
Entonces, solo la aceptó a cambio de una sustitución de su contenido por
el del liberalismo, en origen tan opuesto a la democracia como el
propio capitalismo. En 1945 este liberalismo integró a la
socialdemocracia en el sistema a cambio de protección social para los
trabajadores. Tras el desafío de 1968, la economía se reestructuró y los
mercados comenzaron a recuperar terrenos perdidos y a ganar otros
desconocidos. En los años ochenta y noventa la idea de una alternativa
desapareció. Y el oxímoron estadounidense “democracia de mercado” se
hizo universal, creyendo que la libertad de elección en unos grandes
almacenes equivalía a la libertad de una comunidad de iguales para
decidir su destino.
El significado original de democracia, gobierno del pueblo bajo por
sí mismo, parece incompatible con el imperio de los mercados. La primera
implica el cuidado público de lo común; el segundo la existencia de una
red global privada que se apropia de los recursos colectivos. Desde los
orígenes del liberalismo hasta la campaña reciente contra Syriza, se ha
venido usando el argumento aristotélico de la demagogia irresponsable
para desacreditar la idea democrática. El éxito de la “democracia de
mercado”, el más reciente término para desactivar a la democracia, solo
se explica por la aparente falta de alternativa al neoliberalismo.
La crítica liberal al socialismo en los años cincuenta, que
identificaba a la utopía con el espectro estalinista, fue releída por
las revueltas de 1968 para desplegar su revolución del Deseo contra la
Autoridad. En los años ochenta, una vez desactivado este desafío, se
empleó la misma imagen como ariete del ataque neoliberal contra el
estado keynesiano....
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