Eduardo Garzón
Saque de Esquina
La prima de riesgo es un término que ha ido cobrando un protagonismo
crucial durante los últimos años (podríamos decir meses), a pesar de que
antes de la irrupción de la crisis era algo que tan solo conocían las
personas relacionadas con el mercado de deuda pública. Hoy día todo el
mundo ha oído hablar de la prima de riesgo, aunque no sea plenamente
consciente de lo que significa (para entender en qué consiste y cómo se
calcula, leer este post).
Simplificando, podríamos decir que la prima de riesgo indica cuánto le
cuesta al estado en cuestión financiarse en el mercado de deuda pública.
Cuanto más alto sea su valor, más difícil le resultará financiarse.
Ésa es la lectura objetiva de la prima de riesgo. Es un hecho, y es
irrefutable. Sin embargo, los dirigentes políticos y económicos añaden a
esta interpretación una serie de apreciaciones que responden más a una
dimensión subjetiva que a una objetiva. Tan subjetivas son estas
apreciaciones agregadas, que en este post se tratará de demostrar que
tales afirmaciones no son tan ciertas como se dice y que no se
corresponden con la realidad. Vamos a verlo.
A través de los medios de comunicación convencionales escuchamos a
políticos, economistas, y otros expertos hablar de la prima de riesgo
como si fuera un indicador que refleja la salud presupuestaria del país.
Se nos dice abiertamente que cuanto peor lo esté haciendo un país en
materia fiscal o presupuestaria, mayor será su prima de riesgo. En otras
palabras: nos dicen que cuanto mayor déficit o deuda pública presente
un país, más elevada será su prima de riesgo (o al menos más
probabilidades tendrá de ser elevada o de aumentar). De esta apreciación
subjetiva se deduce que la única forma de que disminuya la prima de
riesgo es reducir el déficit y la deuda pública a través de recortes en
el presupuesto estatal, ya sea aumentando los impuestos (por cierto, los
impuestos que más perjudican a los que menos recursos tienen) o
reduciendo los gastos públicos......
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