El País
Hubo un tiempo no lejano en el
que deber era casi una deshonra, pero en la reputación social había algo
todavía peor, que era ser prestamista. Tenía su lógica: aquella España valoraba
el sudor y el trabajo por encima de cualquier otra cosa, y la gente veía que el
dinero ni sudaba ni trabajaba, aunque engordaba a su señor. Si fuera posible
abstraerse de cualquier tipo de consideración ética, habría que reconocer que
la mecánica de la usura era al menos de una eficacia implacable, una ecuación
equivalente, porque la peor opción del deudor se convertía en la mejor para el
acreedor, que traducía en acumulación de riqueza la falta de liquidez ajena.
Atendiendo a la marcha de los
acontecimientos y prescindiendo asimismo de cualquier otra consideración,
cabría preguntarse si la usura especulativa de los mercados está sirviendo a
sus propios intereses. Otro tanto se podría decir de la sucesión de medias respuestas
que la crisis ha merecido y sigue mereciendo por parte de las autoridades
políticas y monetarias europeas. No es temerario concluir que la gestión ha
sido de una ineficacia contumaz y germánica, viendo cómo un problema de
solvencia, surgido en un país menor como Grecia -cuyo peso es tan solo el 2,8%
de la economía europea- ha llegado a convertirse en una amenaza para la
economía mundial.....
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